jueves, 24 de abril de 2008

Y yo que se... de los blogs

Hace ya tiempo que no publico nada en el blog… en el blog mas leído de la historia de todos los blogs*.

Desde Descartes hasta Jesús Quinteros, la historia del blog ha ido engendrando páginas y páginas de pensamientos, de capturas en momentos de felicidad y amistas, de poesías, de relatos, de chistes,… de mierda en general. El mío es peor aun que todos ellos, eso está claro, y al índice de audiencia me remito. A dios gracias que yo soy el director de mi cadena televisiva y decido cuando un blog debe dejar de existir y cuando no, y este no desaparece porque a servidor no le sale de la punta del catastro.

Cuando empecé con la idea de generar un blog, y recuerdo el momento perfectamente, me sentía como se sienten los que están deseando de llegar a casa y soltar una plasta enorme. La idea me pesaba en la cabeza mientras conducía mi Audi A4 por las calles de Pernambuco con la música de Camarón a todo volumen y las ventanillas bajadas para insistir a mis conciudadanos acerca de la importancia de que todos escucharan la música que yo, de manera unilateral, había elegido.

Como iba diciendo, llegué a casa y me acosté. Pasados varios días en los que solo me acordaba de la idea del blog cuando estaba en la otra punta del mundo o bajo dos pisos de hormigón, sin cobertura en el móvil, y sin una libreta y un lápiz/bolígrafo/portaminas/rotulador/pluma de gaviota/dedo embadurnado de sangre/spray de 1,80€ en Kanito/… conseguí al fin una idea, tan lamentable como un mono cargado de cubatas hechos a base de ron y de refresco de cola (aquí digo cola para quedar de guay y no darle publicidad a Coca Cola) y meando encima de su propio camastro. La idea consistía en escribir todas mis penas, penas producidas siempre por gentes que nunca era yo, por eso de subir mi autoestima y declarar culpables a los demás de todos mis errores y mis cagadas. Y sigo pensando que soy inocente de toda culpa, hasta de haber robado esos modelitos tan monos en el Kiabi mientras las cajeras y el vigilante de seguridad dormían la mona después de invitarlos gentilmente a unos refrescos de naranja (Fanta) aliñaditos con plomo. La persona que me vendió esa mezcla me aseguró que tarde o temprano despertarían, así que mi conciencia está tranquilísima.

Dicen que para escribir, previamente se ha debido leer un millón de libros, así que me dispuse a leer un millón de blogs. Como Google es tan cabrón como para encontrar un millón de blogs, no tuve escapatoria y empecé por el primero que me salió, y no estuvo mal. El segundo me cabreó un poco porque pensé que estaba leyendo otro blog del mismo autor. El tercero igual. El cuarto era una puta mierda, pero el quinto era igual que los tres primeros. Cuando el vigésimo séptimo me pareció del mismo autor, pensé que algo raro pasaba. Un día de verano, como el de hoy (porque ya estoy empezando a acordarme de mi amigo Sebastián (¿Qué pasa?, ¿nadie le pone nombre a su ventilador?)) entró un lechón volando por mi ventana y se posó encima de la tele, hizo un doble salto mortal, se enganchó con su pico en el botón On/Off del trasto de apariencia cuadrada, y lo apagó. Después de la retahíla de insultos que le regalé de manera gentil y continuada durante un largo rato, me mandó a callar dándome una torta que aun me duele, y me dijo: “¿Te acuerdas, pedazo de gilipollas, de cuando leíste los blogs y pensabas que eran todos del mismo autor?” Solo pude responder con un leve movimiento de cabeza… “Pues no es así mariconasso, es que todos los blogs son iguales, no importa quién lo escriba, que seguro que está copiando a alguien”.

Después de media hora de meditación y de repetir una y otra vez lo que ese pajarraco sucio y asqueroso me había dicho sobre los blogs, tuve que desistir e irme a la cocina a buscar un bocadillo hecho a base de pan de molde del Maxi Día y atún del Cantábrico, acompañado de un zumito, que hay que tomar fruta. Al volver, el pájaro seguía en la ventana diciéndome lo tonto que era hasta que, sacudido por un flash en mi cabeza, dije. “Jodeeeeeeeeeer!!!!” El pájaro se sintió orgulloso de haber cumplido con su objetivo, me miró expectante y escuchó: “El atún… ¿de qué animal lo sacan?... ¿es animal o pez?”

Todo lo que recuerdo es que me desperté con un fuerte dolor de cabeza, con olor a atún y con la entrepierna mojada. Cuando pude, me levanté y vi el atún regado por mi ombligo, el zumo en la cuenca torso-frontal de mis pliegues y mi dedo metido en un recipiente con agua tibia (maldito hijo de huevo!!).

Desde aquel día, la visión de un blog me recuerda al pájaro, a su mala leche y a los 19,90€ (20€, vamos) que me cobra mi psicoanalista por hora.