viernes, 26 de septiembre de 2008

¿Quién quiere una oportunidad?

Podemos citar a Newton con una variación personalizada de su Tercera Ley (Por cada fuerza que actúa sobre un cuerpo, éste realiza una fuerza igual pero de sentido opuesto sobre el cuerpo que la produjo.), diciendo que cada acto que cometemos o realizamos en nuestra vida, tiene unas consecuencias. En nuestra lista de objetivos, se refleja la necesidad de conseguir la bondad, el mejor final para dichas consecuencias, pero no siempre es así…

Es mas, casi siempre suelen ser malas consecuencias o, mejor dicho, no buena para todos. Una de las consecuencias de una mala consecuencia (valga por cojones la redundancia), es el arrepentimiento y, por ende, la solicitación del perdón y las segundas oportunidades.

Todo el mundo merece una oportunidad, siempre, a priori. Pero no todo el mundo merece una segunda oportunidad, aunque por tontos o por buenos, deberíamos concedérsela. La diferencia entre la primera y la segunda oportunidad, es que la primera se regala con todo el alma y la segunda se cobra muy cara, no conduciendo a esa entrega total primeriza.

La conclusión es sencilla, a modo de moraleja simple y fácil de entender para todo el mundo: no la cagues y no tendrás que pedir una segunda oportunidad. Y si la pides, cuídala como si fuera tu vida, que luego puedes verte muy solo y lleno de kilos de mierda en la superficie del córtex cerebral.

Existen un par de personas que caminan tangentes a la curva de mi vida a las que me gustaría dar una segunda oportunidad, de corazón, pero que dudo sepan ganarse ese privilegio.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Naricita

Derramaba su sangre el reloj en mitad de la madrugada.

Nadie parecía tener sueño, la calle se llenaba de una lluvia muy fina, vaporosa, húmeda, que no hacía mas que materializar en nuestras cabezas lo que un oscurísimo y siniestro cielo estrellado premeditaba.

En mitad de la calle, el corazón de un papel hecho trizas empapándose de la tristeza y del dolor tan profundo que provoca el sentirse vacío de aquello que la gente llama coloquialmente “cojones”. El viento dispersaba los hermanos trozos que componían unos papiros modernos de tamaño A4, convenientemente plegados para reducir su tamaño. En ellos, se adivinaban unas manchas azules, probablemente de tinta, quizás del cielo de la ilusión que nació en el fondo de su alma, pero ya carentes de cualquier tipo de sentido.

Varios minutos antes, esas manchas de tinta formaban unas palabras. Éstas decían:

La mayoría de la gente piensa que se necesitan años para poder llegar a conocer a una persona. Yo no tengo la suerte de haber vivido tanto tiempo, pero creo que la primera mirada fue lo suficiente larga como para pensar que duró décadas.

Hace mucho tiempo pude ver como una pequeña chiquilla desfilaba ante mis ojos sin el menor atisbo de interesarse por el clima que hacía a mi alrededor. Ya entonces pasé velando varias noches rezando a la virgen, implorando el perdón de los dioses ante la crueldad de la que me lamentaba. No se necesitó demasiado para hacerme feliz y para estremecerme de tensión y emoción. Solo fue necesario un comentario banal y asqueroso sobre las condiciones térmicas de la casa del creador.

Te busqué y rebusqué entre los escombros de toda la gente que sobraba en nuestro mundo. Hubo muchos encuentros silenciosos, sonrientes y pegadizos al ritmo de un vals que yo no escuchaba y tu temías tener ganas de bailar. Siempre me fijé en tus pecas y en tu naricita chivata, quisquillosa, contando secretos inolvidables de una juventud que rebosaba dulzura e inocencia.

Lo peor de todo fue cuando llegó el momento de entrever que la vida no pone las cosas fáciles, por muy vida que sea. Los obstáculos son su profesión y su hobby (maldita perra), y por eso disfruta y goza haciendo que soñemos una y otra vez con esa persecución en la que nos quieren romper la cara a puñetazos y en el que nuestras piernas se mueven a la velocidad del rayo, pero no consiguen hacernos correr todo lo rápido que quisiéramos. El final es conocido: todo se convierte en una pesadilla. El levante sabrá acariciar con sus labios lo que yo solo pude rozar con mis pupilas.

Ahora bien, querida desconocida a la que conozco desde siempre, puedes correr hacia allí o frenarte y escuchar mis consejos. Corre mejor hacia ese otro lado, yo te acompañaré siempre cogidos de la mano. Dime que sí, por favor. Te espero en el centro mañana a las 17 junto a la estatua que tu sabes, pediré ayuda a un helado de turrón para convencerte.


Mientras se alejaba, iba viendo como aquel maravilloso ser vestido de jirones dorados y verdes (quizá emulando a la madre naturaleza) y de mirada brillante se perdía en la oscuridad mas absoluta. Nadie sabe cuanto tiempo pasará hasta que vuelva a aparecérsele ese ser divino.

Aquello, pensó, debía tocar el corazón de aquella chiquilla. Lo hubiese tocado, quizás, si alguna vez lo hubiese escrito.

lunes, 1 de septiembre de 2008

¡¡Se acabó!!... ¡¡sí!!

1 de septiembre… oficiosamente ha acabado el verano.

Los niños se esconden, los mayores sienten como su corazón vuelve a latir de estrés, las altas temperaturas empiezan a notar como sus escudos de defensa empiezan a perder energía (aunque aun tienen mucho que decir),… porque el verano ha acabado.
Además, el fresquito permite correr a cualquier hora sin morir en el intento ;-)
Bueno, vale, ya se que aun no ha acabado, pero por eso digo lo de oficiosamente, aunque no existe mas oficialidad que aquella que los niños imponen. El verano habrá muerto el día en el que no haya niños jugando en las calles a las diez de la noche, habrá pasado a mejor vida cuando estar fuera de casa sea un mero trámite para salir o entrar en ella.

25 años he tardado en desear la muerte de alguien, y me alegro de que esa persona se llame “Verano”. Con el miedo de la asquerosa, relajada e íntima reclusión, aunque con la esperanza de un tiempo venidero mejor, abro los brazos a un otoño que me querrá llenar de hojas tristes, pero no tanto como la pegajosa calor emocional que ha derretido el verano de mi cordura en esta iluminada pero lúgubre estación.