domingo, 19 de agosto de 2007

A mis queridos...

A mis queridos…

Podría empezar esta especie de testamento dando gracias, pero no me apetece. Desde mi lecho de muerte, sintiendo el suave contacto de las sábanas frías recién estiradas me “animo” a escribir lo que presupongo son mis últimas palabras a este mundo.

Este mundo… el culpable de todo.

Nunca he sido demasiado exigente con la vida, nunca he pedido algo que sobrepasara los límites de la viabilidad propia de una persona normal y corriente porque, y sin que sirva de bandera blanca de rendición, siempre he sido una persona normal y corriente.

Una familia, la que tengo a mi alrededor dándome la mano, poniéndome paños húmedos en la frente, acercándome la sopa a la boca cuando no puedo ni moverme,… la que me acaricia el corazón, siempre con seda, a veces con espinas. Dicen que en la vida tenemos dos familias: con la que nacemos y con la que morimos. De la primera rumorean que es una familia falseada, obligada, pues no podemos elegirla y con la que tenemos que acostumbrarnos a vivir. La segunda es la familia que elegimos a lo largo y ancho de nuestra vida, la que tendremos a nuestro lado pase lo que pase. Si tienes suerte, podrás disfrutar de las dos familias. Yo he tenido la suerte de disfrutar de una única familia, primera y segunda, siempre ella. Siempre a mi lado.

La que pudo ser y fue mi segunda familia, pero que ya no lo es, solo me amontonan recuerdos, ni positivos ni negativos, solo recuerdos, balanceados con extrema precisión teniendo en cuenta milímetro por milímetro lo que fueron todos y cada uno de los minutos que pasé con ellos. Muchos minutos buenos, muchos minutos de dudas, muchos minutos de traición,… demasiados minutos. Un trozo de mi muere hoy con ellos, ellos mueren con esta muerte.

No me siento orgulloso de lo que he vivido porque esperaba vivir mas, aunque estoy feliz porque de una vez por todas, me voy de este mundo a uno que, ni mejor ni peor, será distinto. Un nuevo mundo donde seré nuevamente, como en otros muchos momentos de mi vida, un recién llegado, “el nuevo”, el infinito desconocido silencioso que pasa a ser el amigo que no calla… y que su voz dure por siempre. Ojala algún día…

Mi testamento no deja herencia, ninguna mas allá que la que cada uno estime oportuno guardar en su corazón, reservándole un asiento de primera fila o un oscuro rincón. Cada cual con su corazón. Pero quiero dejar claro que no voy a dejar nada material a nadie, principalmente porque nunca lo tuve y, ahora, en mi lecho de muerte menos aun. Conocimientos los que queráis, servíos vosotros mismos. Experiencia la de un anciano que sabe de que pie cojea mas de uno, de que pie cojea una vida que no ha vivido, a la que solo ha conocido de oídas. Dinero, ya he dicho que ninguno, pero riquezas muchas.

Desde mi sillón, delante de los ojos del mundo, os deseo una vida repleta de la guerra del amor y de la paz de la guerra, pero lejos de mi. ¿Por qué me voy? Porque me habéis matado. Y sin ser ningún tipo de Mesías ni nada por el estilo, si que puede ser para ti el mismo Dios que tu has sido para mí hasta este momento. Un Dios al que si recé, un Dios en el que si que creí, un Dios en el que busqué todo lo que no me daba el otro Dios. Sin embargo, dicen, el otro Dios es misericordioso y tu eres rastrero, el otro Dios es único y tu no eres nadie, el otro Dios vela por todos y cada uno de sus hermanos y tu los desprecias. Así te va… siempre en las nubes.

Recuerdo una a una las caras de todas las personas que han provocado que acabe como todo acaba… y en parte siento rencor, pero en parte siento que cada uno ha hecho lo que tenía que hacer. Por supuesto, ese deber individual no atendía a estupideces de un alma más colectiva que el que cada uno ha querido establecer. Nadie vende duros por cuatro pesetas, aunque si metemos el dinero en esto… Y como siempre, si viajas solo, el viaje se hace mas largo… tan largo que al final decides que no sabes si quieres seguir viajando en esa dirección, te paras en la próxima estación y buscas un enlace hacia una nueva ciudad donde te espere una segunda o tercera familia de acogida.

A mis queridos amigos… con los que he tenido tantas y tantas historias, con los que cada partida de mus o de dominó era la mejor de todas, con los que cada vaso de vino sabía a gloria… os echaré de menos.

A mi querida mujer… a la que nunca llegué a conocer realmente, tan solo en sueños que invadían mis labios con su húmedo corazón. Cada sonrisa tuya era la mejor, aunque no solieras mostrarla. Cada caricia tuya, cada consejo, cada mirada de complicidad, cada vez que estabas conmigo… era feliz, y así muero triste.

A mis queridos…

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