Hoy, sinceramente, es un día frío. Es un día formado de varios días, pero todos fríos.
Me acosté en la cama pensando en el infierno que es vivir así. Cuando se me antojó apetecible, decidí salir a dar un paseo al cielo, a buscarte y darte candela. No se tu, pero yo tenía un calor agobiante. Te miré, me miraste, saltaron chispas apagadas.
El mundo de la chispa es apasionante. Para que se produzca una pequeña llama, las dos chispas que chocan deben ser del mismo color, es decir, no vale que una sea blanca y la otra negra porque solo producen humo, humo hipócrita, humo desleal, un humo de sonrisas forzadas por delante, y lágrimas por detrás.
Hablamos de abrazos, de corazones, de por vida,…, gracias, de nada, hasta luego,… pienso en ti.
No era un buen momento ni un buen día para hacer arder el cielo porque las nubes que pasaban por allí cargaban gotas de lágrimas para llorar sobre el mundo. Últimamente hacía buen tiempo pero hoy, precisamente hoy, tocaba llover.
Lo malo de la lluvia es que te mojas. Lo malo de mojarte es que te calas. Lo malo de calarse es que te llega hasta el fondo. Por eso busqué cobijo, primero en ti y luego contigo, pero al llamar no contestó nadie y tuve que mojarme bajo el quicio de la puerta, cerrada, tabicada, aunque insistas en convencerme de que me dejas una rendija abierta por si las moscas.
Gracias a dios, hace sol ahí afuera y se evaporan pronto las lágrimas. Menos mal que la antorcha no se ha apagado aun y puedo volver al infierno con la cabeza bien alta, pero te juro que un día, el más o el menos pensado, le meto fuego al cielo y nos quemamos tu y yo en el infierno mas celestial, aunque me pegue ocho veces con una puerta cerrada y consiga al fin entrar a tu corazón cruzando la novena puerta.
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